Por
JUAN T H
Que tontos o que
ingenuos somos. Que ignorantes, que fácil nos marean y nos engañan. Perdimos el
sentido crítico.
Pobre pueblo que
va al matadero sin protestar, sin oponerse, como un rebaño de reses camino al
sacrificio, porque no tiene un camino que seguir, un líder a quien escuchar y
que lo guie hacia la libertad y la justicia.
Pobre pueblo que
vende su voto y su conciencia cada cuatro años hasta por una cerveza, sin
detenerse a pensar en los mil 460 días restantes durante los cuales otros se enriquecerán
con un discurso de bonanza y prosperidad en tanto la pobreza y la marginalidad
de los de abajo no se detiene.
El gobierno,
apoyado por un grupo de patriotas de pacotillas que se expresan en las redes
sociales manipulándolas y una prensa cada vez más amarilla, ha estado sembrando
el odio y la venganza contra un pueblo, pobre, indefenso, aislado y despreciado
por el color de su piel, su religión y su idioma.
Haití no es un
peligro para el pueblo dominicano. Y probablemente no lo será nunca. Recurrir a
la historia para alimentar el odio y la venganza es absurdo. Estados Unidos
perdió la guerra de Vietnam que le costó a ambos pueblos miles, millones de
muertos y hoy tienen una relación fraterna.
Alemania fue
dividida y destrozada por la segunda guerra mundial. Hoy Alemania está unida y
su amistad con Rusia, Inglaterra y Estados Unidos no puede ser mejor.
La historia está
llena de pueblos enfrentados por una razón u otra, pero al final la
sensatez de la política, el comercio y
el negocio, los ha unido.
Y mientras la
propaganda xenófoba toma fuerza en los medios de comunicación y las mentes de
las personas, olvidamos temas y problemas más urgentes.
El racismo y el
odio contra los haitianos coinciden
–extrañamente- con sacar expedientes de la palestra pública; temas tan serios
como los sobornos por cinco millones de dólares en la compra a sobreprecio de
los aviones Súper Tucano.
Coincide también
con el olvido de los 92 millones de dólares que la Odebrecht admitió haber
entregado a funcionarios y legisladores para obtener los mejores contratos de
obras que luego fueron sobrevaluadas. No hablamos, que raro, de la oficina de
sobornos instalada en nuestro país por asunto de “seguridad”, ni de la
presencia del estratega Joao Santana como jefe de campaña electoral de Danilo
Medina, quien lo elogió y le agradeció sus grandes aportes para llevarlo a la
presidencia. Los vínculos del presidente
Medina con Odebrecht son más que
evidentes. (¿¡)
Nos olvidamos
hasta de la“resurrección” de Quirinito que le costó al narcotráfico más de 50 millones de
pesos, según han calculado las propias autoridades, pero nadie ha sido cancelado ni arrestado.
Mientras andamos
“cazando” haitianos que el propio gobierno permite su entrada a nuestro
territorio, la corrupción y el vandalismo no se detienen.
En otros países,
como Perú, un presidente debió renunciar, otros están siendo perseguidos. Donde
Odebrecht sobornó presidentes y funcionarios se han producido renuncias y
encarcelamientos. Menos en la Republica
Dominicana donde el escándalo es tan o más grande que los demás países. Aquí no
ha pasado nada por la ausencia de una oposición que incluye “la falsa
izquierda”. Y porque además Danilo tiene “su” Congreso. Por eso lo compró, para
protegerse.
No le hagamos el
juego a los xenófobos, exijamos que los casos de corrupción sean resueltos y
que los culpables terminen en la cárcel.
El problema
fundamental de este país no son los haitianos, son los corruptos que se roban
la felicidad y la esperanza del pueblo de manera impune impidiendo que todos
tengamos agua potable, salud, educación, viviendas, energía eléctrica, empleos
dignos y seguridad.
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