Por Rafael Santos Badía
Sin unidad interna ni respaldo pleno a la
gestión del presidente Abinader, ningún precandidato asegura el triunfo en
2028. Gobernar bien y mantener cohesión no son opciones: son la garantía de
continuidad.
El Partido Revolucionario Moderno (PRM) no
solo representa hoy la principal fuerza política de la República Dominicana;
representa también una esperanza. Esa esperanza nació de la ruptura con el
viejo modelo partidario, del hastío frente al clientelismo y la corrupción, y
del anhelo de un nuevo pacto entre el poder y la ciudadanía. Pero esa esperanza
no es eterna. Si no se alimenta con hechos, se marchita. Y si se traiciona con
arrogancia o negligencia, se convierte en frustración.
La permanencia del PRM en el poder no está
asegurada por los votos del pasado, ni por el peso de su maquinaria, ni por la
debilidad de sus adversarios. Depende de dos pilares fundamentales: la unidad
de sus miembros y la calidad del gobierno que ejerce. Ambos son condiciones
indispensables. Separados, se debilitan. Juntos, sostienen la victoria.
La unidad no es un eslogan
La unidad partidaria es más que una
consigna. Es una necesidad estratégica y una virtud política. El PRM nació de
una división traumática, pero también de una convicción: que era posible
construir una organización más democrática, más ética, más coherente. Si se
olvida esa raíz, se olvida el sentido mismo de su existencia.
La unidad no significa uniformidad ni
silencio. Significa convivencia entre diferencias, respeto a la crítica
interna, inclusión de todos los sectores y reconocimiento al trabajo de base.
Los fundadores deben saber escuchar a los jóvenes. Los funcionarios deben
rendir cuentas a la militancia. Y los liderazgos internos deben actuar con
visión de país, no con cálculo de facción.
Porque si algo demostró la historia del
PRD —el partido madre— es que los conflictos internos, cuando no se manejan con
madurez, se convierten en fracturas irreparables. Y un partido fracturado, aunque
gobierne, camina hacia su fin.
Gobernar bien no es una opción
La otra gran columna que sostiene al PRM
es su desempeño en el gobierno. Ser opción de poder significa más que
administrar recursos. Significa transformar realidades. Y eso solo se logra con
políticas públicas eficaces, con transparencia total y con compromiso social
profundo.
El pueblo dominicano espera resultados, no
excusas. Espera hospitales con médicos y medicinas, escuelas con maestros bien
formados, empleos dignos, calles seguras, precios estables, transporte
funcional. Espera también que se combata la corrupción sin distinción, que no
se repartan los cargos como botín, y que se gobierne con humildad, no con
arrogancia.
Un buen gobierno se mide por sus obras,
por su cercanía al pueblo, por su ética y por su capacidad de construir
consensos. Sin eso, ningún partido sobrevive al desgaste natural del poder. Con
eso, incluso los errores se pueden corregir y perdonar.
Sin unidad ni respaldo a la gestión, no
hay 2028
El PRM se encamina hacia una coyuntura
definitoria. Las elecciones de 2028 ya proyectan tensiones internas,
aspiraciones legítimas y precandidaturas en ebullición. Sin embargo, debe
quedar claro: sin el apoyo a la gestión de gobierno del presidente Luis
Abinader, y si no se respeta la unidad y la institucionalidad del PRM, ningún
precandidato garantiza la victoria en 2028.
Pretender heredar el poder sin fortalecer
la obra de gobierno es un error estratégico y una irresponsabilidad política.
Apostar al desgaste de la administración actual o a la división del partido
como táctica personal es cavar la fosa del triunfo colectivo. Nadie ganará si
el partido se desgarra. Nadie heredará si el gobierno fracasa.
El peligro del triunfalismo
Hay una trampa sutil que acecha a los
partidos que alcanzan el poder: la complacencia. Creer que la victoria
garantiza el futuro. Suponer que el respaldo popular es incondicional.
Comentarios
Publicar un comentario