POR JAIME SAAVEDRA
Los Gobiernos en todo el mundo destinarán este año alrededor de USD 5
billones a la educación preescolar, primaria y secundaria. Pero
la actual generación podría perder el doble o el triple de esa cantidad en
términos de ingresos, a menos que todos los niños y jóvenes regresen a la
escuela, permanezcan en clases y recuperen los elementos pedagógicos
principales.
El primer impacto se tradujo en los millones de vidas perdidas debido a la
enfermedad provocada por el coronavirus. El segundo fue el sufrimiento humano
causado por la inestabilidad laboral y la pobreza. El tercero afecta a los
niños y jóvenes que deberían estar en la escuela, pero que se les dijo que se
quedaran en casa.
Han pasado dos años desde que empezó la COVID-19. Casi todos los
países resolvieron que una de las principales formas de combatir la pandemia
era que los estudiantes no asistieran a las escuelas y universidades. Los
expertos en salud pública plantearon que mantener las instituciones educativas
abiertas llevaría a una mayor propagación del virus. Para “aplanar la curva” y
prevenir la congestión de los hospitales, los niños tendrían que quedarse en
casa.
Muchos países europeos y de Asia oriental reabrieron las escuelas de manera
relativamente rápida, conscientes tanto de los costos evidentes para los niños
como de las escasas pruebas de los beneficios de un cierre total de los centros
educativos.
Sin embargo, en muchos países de Asia meridional, América Latina, Oriente
Medio e incluso en Asia oriental, los cierres de las escuelas se mantuvieron
por períodos excepcionalmente prolongados. Nuestros propios países, India y Perú,
son ejemplos típicos de esta tragedia.
A fines de 2021, los días de clase perdidos superaron con creces los 200,
lo que equivale a un año y medio de escuela. Esta larga
interrupción del aprendizaje podría tener consecuencias duraderas, en
particular en los países pobres y de ingreso mediano.
La mayor parte del impacto será para los niños y los jóvenes que tenían
entre 4 años y 25 años en 2020 y 2021, generándose una enorme desigualdad
intergeneracional. No
asistir a la escuela por un período tan extenso implica que los niños no solo
dejan de aprender, sino que también tienden a olvidar mucho de lo que han
aprendido. A fines de 2020, el Banco Mundial estimó que una ausencia de siete meses
de la escuela incrementaría el porcentaje de estudiantes con “pobreza de
aprendizajes” de 53 % a 63 %. Otros 7 millones de alumnos
abandonarían la escuela. Los efectos en las niñas y las minorías marginadas
serán aún peor. Nuestros cálculos de las pérdidas se han revisado al alza, y
ahora esperamos que, a menos que se tomen medidas rápidas y audaces, la pobreza de
aprendizajes puede llegar al 70 %.
Mayores pérdidas para los que menos
tienen
En todos los países —ricos, de ingreso mediano y pobres— los niños de las
familias más pobres soportan las mayores pérdidas ya que sus oportunidades de
mantener cualquier participación en actividades de aprendizaje a distancia son
limitadas. Para
ellos, el acceso a internet es deficiente: solo la mitad de todos los
estudiantes en los países de ingreso mediano y solo una décima parte en los
países más pobres tiene acceso a la web. El uso de la TV, la radio y los
materiales para facilitar el aprendizaje han ayudado, pero no pueden reemplazar
la educación presencial. ‘Aprender’ no puede significar simplemente mirar
televisión o escuchar la radio durante unas pocas horas al día.
Como resultado se produce un aumento de la ya enorme desigualdad de
oportunidades. En
el mundo en desarrollo, la COVID-19 podría conducir a un menor crecimiento,
mayor pobreza y más desigualdad para una generación completa, una terrible
triple amenaza para la prosperidad mundial en las próximas décadas.
"El futuro de 1000 millones de niños de todo el mundo está en riesgo. A menos que se
les permita regresar a la escuela y se encuentren maneras de remediar los
efectos de la interrupción de las clases, la COVID-19 dará lugar a un enorme
retroceso para esta generación".
A finales del año pasado, obtuvimos datos duros sobre las pérdidas de
aprendizaje en países de ingreso mediano como Brasil e India. En el estado de
São Paulo, por ejemplo, los educadores decidieron evaluar el estado del
aprendizaje continuamente al contrario de numerosos países que han pospuesto
todo tipo de evaluación del aprendizaje, quizás para evitar recibir malas
noticias. Ellos encontraron que, después de un año de no tener clases
presenciales, los estudiantes han aprendido un 27 % menos de lo que hubiesen
aprendido en tiempos normales. Pratham, una reconocida ONG del ámbito de la
educación de India, descubrió que los niveles mínimos de competencia se han
reducido a la mitad en el estado de Karnataka.
Las tres nuevas “R” para un nuevo
coronavirus
Una nota positiva es que, a fines de 2021, las escuelas habían reabierto en
numerosos países. Sin
embargo, aproximadamente 1 de cada 4 sistemas educativos estaban todavía
cerrados y muchos habían reabierto solo de manera parcial. Unos 1500 millones
de niños habían regresado a clases aunque todavía quedan 300 millones de niños
que deben retornar a la escuela de forma segura. Pero eso ocurrió antes de la
aparición de la variante ómicron. Dichos números han cambiado desde el inicio
de este año.
Creemos que una combinación de la reapertura de las escuelas, el
aprendizaje remoto y los programas de recuperación puede limitar el daño
causado por las interrupciones y servir como un modelo de respuesta para crisis
futuras, y quizás incluso aumentar la calidad de la educación pública en
comparación con hace dos años.
Reabrir las escuelas de manera segura. Si le inquieta la imagen de
millones de niños sentados y mirando fijamente un televisor, piense en esto:
más de la mitad de los hogares en 30 países africanos ni siquiera tienen
electricidad. Demasiados niños en el mundo no cuentan con condiciones en su
hogar para poder aprender; demasiados no tienen acceso a internet, un aparato
electrónico de buena calidad o dinero para pagar planes de datos móviles o
libros, y un espacio exclusivo para estudiar en casa. Y la educación es un
esfuerzo inherentemente social: se requiere interacción constante. Esto implica
escuelas en espacios físicos, las que deben estar abiertas y ser seguras para
los estudiantes y los maestros. Se necesitan inversiones. Con frecuencia hay
dinero para ello y no hay escasez de directrices de organismos internacionales
sobre cómo reabrir las escuelas de forma segura. Lo que generalmente falta en
numerosos países es un sentido nacional de urgencia.
Invertir en aprendizaje remoto. Equipos
del Banco Mundial y de la OCDE completaron una evaluación
sobre el aprendizaje remoto (i) durante los dos años de la
pandemia. Los resultados no siempre son alentadores. Sin embargo, la pandemia
mostró que las innovaciones en el aprendizaje híbrido —que combinan el uso
inteligente de tecnologías digitales en forma presencial y remota— han llegado
para quedarse. No obstante, las inversiones en tecnología se deben armonizar de
manera inteligente con las inversiones en habilidades de aprendizaje. La
pandemia ha acelerado un cambio de mentalidad acerca del uso de la tecnología,
y tenemos una pequeña oportunidad para lograr que los docentes y los
administradores vean la tecnología como parte del proceso de aprendizaje.
Además, esta no es la última pandemia o desastre natural que podría obligar a
cerrar las escuelas. Al facilitar la continuidad del proceso pedagógico en el
hogar, la utilización de mejores tecnologías de aprendizaje en las aulas puede
también aumentar la eficacia del sistema educativo tanto cuando las escuelas
están abiertas como cuando tienen que cerrarse.
Remediar el daño para recuperar el aprendizaje perdido y desperdiciado. En Estados
Unidos, los estudiantes regresaron a clases el pasado otoño con un tercio menos
de aprendizaje en lectura durante el año académico de 2019-20 en comparación
con el nivel que normalmente deberían tener. En numerosos países con cierres de
escuelas prolongados, los estudiantes asisten a un curso sin haber comprendido
ni siquiera una pequeña parte de lo que se les enseñó en el curso anterior. Si
los niños no se ponen al día, en particular los de los primeros grados, donde
las pérdidas son mayores, con el tiempo podrían incluso abandonar la escuela.
En todo el mundo, las escuelas deben adaptarse a las necesidades de los
estudiantes: tanto en cuanto a las habilidades fundamentales de alfabetización
y aritmética como con respecto a la salud mental y bienestar [de los niños y
jóvenes]. Sin embargo, es alentador que los estudiantes que aprendieron menos
el año pasado tienden a repuntar más rápido que otros, si se les proporciona
acceso a clases de recuperación. Pero esto no se puede hacer sin un apoyo
adicional para los maestros y los directores.
Evitar una pérdida permanente
Para ayudar en estos esfuerzos, el Grupo Banco Mundial participa en casi
100 proyectos de educación relacionados con la COVID-19 que se ejecutan en más
de 60 países. El
monto total de estos proyectos llega a los USD 11 000 millones. Esta cifra no
tiene precedentes en la historia del Banco Mundial, pero representa una
[pequeña] fracción de los USD 72 000 millones que el gobierno federal de
Estados Unidos ha puesto a disposición de las escuelas públicas para que
reabran de manera segura. Estamos proporcionando apoyo a países tan diversos
como Chile, Jordania y Pakistán. Se necesitan más esfuerzos para financiar el
regreso a la enseñanza presencial, y ayudar a las escuelas públicas a adoptar
técnicas pedagógicas que combinen el aprendizaje en línea y en el aula y
enseñen a los estudiantes al nivel que necesitan hoy después de los meses y
años que se les ha negado una educación, centrándose en las habilidades básicas
y en su bienestar emocional.
El futuro de 1000 millones de niños de todo el mundo está en riesgo. A menos que se les permita regresar a la escuela y se encuentren maneras
de remediar los efectos de la interrupción de las clases, la COVID-19 dará
lugar a un enorme retroceso para esta generación. Cuando
las consecuencias del coronavirus se calculen finalmente, quedará en evidencia
que el mayor daño provocado por la pandemia es la pérdida de aprendizaje
sufrida por los escolares.
Al cabo de una década, tal vez podremos mirar atrás y descubrir que la
mayor pérdida permanente de esta pandemia se pudo prevenir. Podemos actuar
ahora y evitar los arrepentimientos.
Durante la pandemia muchos niños y niñas no han podido acudir de forma presencial a los centros educativos, no podemos comparar la educación que recibían en las aulas con las clases que impartían de forma telemática. Con la llegada de la normalidad los pequeños de la casa han vuelto a clase, debemos de comprarles todos los materiales necesarios para su día a día en la escuela como estuches, mochilas y bolsas para la merienda o almuerzo.
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