Por Luis Aníbal Medrano S.
En este complicado modo de vida en que nos
ha tocado vivir (por accidente o no del destino). En estas tres cuartas partes
de isla maravillosa pero descompuesta por sus habitantes e invitados, a esa que
orgullosamente llamamos República Dominicana, la misma que hace un tiempo dicen
que es la tierra del plátano power, se escenifica una permanente competencia no
disimulada entre el odioso, antipático y degenerado coronavirus y los
irrespetuosos, acelerados, descerebrados y perniciosos motoristas.
Si nos ponemos a hurgar en las
estadísticas surgidas, luego de la aparición para perjuicio de la humanidad del
también llamado Covid-19, y realizamos una comparación de las muertes y
hospitalización que este ha producido con los mismos efectos que ocasionan los
motoristas y su peculiar manera de conducirse en las calles y avenidas del
país, obtendremos la cruel realidad de que estos últimos superan en 60 mil
cuerpos al no grato virus.
Es posible que pase por exagerado al
realizar tan radical planteamiento, estamos basado pura y simplemente en lo que
acontece día a día, en el cupo repleto de las salas de ortopedia de clínicas y
hospitales, y de la cantidad exagerada de ciudadanos andando con muletas o de
medio lado con un yeso puesto en alguna parte del cuerpo, por lo regular en las
piernas.
La desventaja que se tiene en la
actualidad es que no existe una vacuna que frene o corrija definitivamente el
comportamiento desaprensivo de los motoristas, de lo que no existe evidencia de
que puedan variar su desatinada forma de usar ese vehículo de motor de dos
ruedas al cual muchos, a través de los tiempos, han bautizado como la venganza
japonesa.
El también llamado sustituto del burro de
carga aporta soluciones, es verdad, pero puesto en una balanza las ventajas y
desventajas de este carnicero físico y mental del ser humano, pesan más los
perjuicios. Son pocos los lugares que se han escapado del humo y el ruido del
motor, así como la actitud “vagabundezca” que en la mayoría de los casos se
adopta al conducir el desprestigiado vehículo.
Alguien tuvo la osadía de asegurar que
todo el que compra un motor, inmediatamente realiza la transacción, entregan la
vergüenza. Y no se puede dudar, porque hemos visto seres humanos serios,
respetuosos, de excelente formación y con prendas morales elevadísimas, que
cambian de actitud acto seguido se encaraman en esa forma de transporte. No sé
si es el ruido, el hedor a gasolina o la arrogancia de sentirse un tolete, pero
la verdad es que, por lo menos en este país, el motor es una joroba.
APROBADO…
El
autor es periodista, municipalista y político.
luisanibal.medrano@gmail.com
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