El Abogado del Diablo: otra tentación


 

POR ROLANDO ROBLES      

 

Más allá de su origen pagano, el título de “Abogado del Diablo” es un diploma que muchos hemos querido exhibir. Es que resulta seductor jugar a ser protagonista de sus implicaciones, por lo variado del sentido que el razonamiento público le da. Hay quien cree que es como “meterse en lo que a uno no le importa”, pero, también hay quienes piensan que es, sobre todo, “opinar sin correr riesgo alguno”, mientras otros suponen que es ratificar, de alguna forma, el principio de “siempre dudar, para poder entender”.

 

Cual que sea la acepción que se escoja o se construya de esta especial figura jurídica que nos dejara Sixto V en 1587 y que fue abolida por Juan Pablo II en 1983, interpretar al Abogado del Diablo siempre será una tentación. Sabemos que su función inicial era la de abogado de oficio en los procesos para “beatificar” o “canonizar” a los hombres y mujeres que la iglesia consideraba dignos de ser imitados por los católicos y, por tanto, con licencia para ser llevados hasta los altares.

 

Su trabajo, mas que de opositor al proponente de la exaltación del candidato a santo, que era conocido como Promotor de la Causa o Abogado de Dios, básicamente se orientaba a “afinar los criterios de selección, a fines de que, el elegido cumpliera con un mínimo de condiciones ya previstas” y de que no se les pasara de contrabando algún que otro hereje o impío farsante. Nadie sabe cuántos juicios ganó el tal Abogado del Diablo, pero, si sabemos que, en cuatrocientos años, a penas un centenar de dichosos pudo acercarse al trono de San Pedro.

 

Esta parrafada inicial no es para recrear este singular proceso de la Iglesia Católica, ya en franca decadencia sino, para ver qué sucedería si lo aplicáramos a los momentos actuales de este Gobierno del Cambio que nos hemos dado en Quisqueya. Se trata de analizar con algo de suspicacia, los pros y los contras de la administración de Abinader Corona, pero, sin la rigidez que impuso Sixto V, ni la ligereza de Juan Pablo II, que agregó unos quinientos nuevos santos al solio divino y todo, en menos de cuarenta años.

 

Toquemos sólo algunos aspectos de las iniciativas gubernamentales del Presidente y, a la luz y razonamientos del famoso abogado, veamos si merecen o no ser aceptadas cuando menos, en el imaginario popular. Desde luego, hay que tener en cuenta, a la hora de dimensionar su aceptación, que estamos en un momento muy especial para la sociedad dominicana. Gente que estuvo en el poder durante más de veinte años, hoy añora tanto ese pasado, que hace hasta lo imposible para tratar de volver al paraíso ya perdido.

 

Y esa gente tiene dinero, herramientas y determinación para distorsionar los hechos y “reinterpretar” la verdad; y, por tanto, debemos ser muy precisos cuando se pretende vestir la toga del abogado aquel de que hablamos. Escepticismo, sinceridad y, sobre todo, objetividad, es lo que necesitaremos a la hora de hablar del gobierno del cambio. Porque, a fin de cuentas, esa estampa tan controvertida del Abogado del Diablo, más que nada es, en este caso, una expresión de la lucha por fundamentar la verdad y demostrar la certeza de un hombre que hoy es paradigma del ejercicio público con honestidad y transparencia. 

 

Existen tres hechos o acontecimientos que demuestran la visión civilista del Presidente, su sólida formación democrática y su compromiso con la agenda Febrerista; y desde luego, debemos tratarlos en esta conversación inicial, aun y cuando, sean solamente una pequeña muestra del comportamiento ético de este ciudadano que, para deleite del pueblo dominicano ha resultado ser mejor presidente que candidato.

 

Cuando reconoce que él es “el presidente de todos los dominicanos”, da un paso al frente en pro de la institucionalidad del Estado; porque todos los anteriores gobernaron de forma casi exclusiva para las cúpulas partidarias. Abinader admite que es suya la responsabilidad de representar a cada dominicano, no importa si votó a su favor o en contra.

 

Confesar los intereses financieros, personales y familiares, dentro y fuera del país y antes de juramentarse para el cargo, dice con franqueza la catadura moral de este novel presidente -uno de los más jóvenes que hemos tenido- y tal vez, uno de los que han llegado al poder con mayor solvencia económica, y sin cuestionamiento alguno. Su sentencia: “tengo amigos y relacionados, pero no cómplices”, es un desafío que solamente él ha aceptado. Todos sus predecesores han sucumbido ante este dilema de conciencia y compromisos contraídos.

 

Su declaración ante la Asamblea General de la ONU: República Dominicana ha mostrado y seguirá mostrando la solidaridad y la colaboración debidas con el pueblo haitiano, pero también les reitero que no hay y no habrá jamás una solución dominicana a la crisis de Haití”; es la más valiente y decidida proclama con sentido patriótico y espíritu Duartiano, que nunca antes haya hecho un líder  dominicano de frente al mundo.

 

La sobriedad de estas oportunas declaraciones es lo que define a Luis Abinader como el único hombre de Estado -aparte quizás, de Joaquín Balaguer- que ha llegado al poder en la era post trujillista; y muy a pesar de los esfuerzos de los“abogados del Diablo criollos” por desmeritarlo.

 

 

¡Vivimos, seguiremos disparando!

 

 

 

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