Por JUAN T H
El presidente
Luís Abinader sabe que no tiene mucho tiempo para hacer los cambios y las
transformaciones sociales, económicas y políticas que demanda el país para su
desarrollo. En apenas ocho años, que es lo más que puede mantenerse en el cargo
dentro del marco legal, por más que quiera, no podrá llegar muy lejos con un
Estado hipertrofiado, en una sociedad enferma, carente de los valores éticos y
morales que le permitan avanzar sin traumas.
El presidente
pone el pie en el acelerador de los cambios, pero constantemente tiene que
soltarlo y frenar, zigzaguear, tomar una curva, un atajo, encontrándose con
obstáculos “legales” inesperados. El propio Partido Revolucionario Moderno es
un problema. Llegó al poder sin ideología, ni una línea política que lo guie.
El presidente
Abinader quiere ir rápido, aprovechar cada día, cada hora y cada segundo de su
permanencia en el poder para producir la mayor cantidad de cambios que le
permita el tiempo, pero la Constitución, las leyes y su propio partido, se lo
impiden. La burocracia es lenta. ¡Muy lenta! El “papeleo” en las oficinas
públicas es una “vaina”. Lo que se puede hacer en horas dura días, semanas,
incluso meses. En ocasiones hasta años. ¡Y no puede ser! Adecentar el Estado,
modernizarlo, hacerlo ágil, transparente, es tarea fundamental para avanzar,
para hacer, del sistema democrático, una verdadera democracia, no la caricatura
que tenemos hoy.
El presidente marcha a un ritmo, pero los funcionarios -en su mayoría- van a otro ritmo. Es como una orquesta sinfónica. El director es bueno, pero los músicos no lo son tanto, en ocasiones desafinan o desentonan. El resultado del “Bolero de Ravel”, del francés Maurice de Ravel, o “La Quinta Sinfonía” de Beethoven, no se escucharán bien. El director (Abinader) tiene que hacer ajustes en la orquesta, sustituir algunos instrumentistas (funcionarios), ensayar una y otra vez para volver a la sala del Teatro Nacional (el país) para obtener éxito y recibir la crítica buena de una parte de los presentes, sabiendo que no todos saldrán satisfechos, porque en la música, como en la política, la cultura es fundamental.
En un país como
el nuestro, la Constitución y las leyes se convierten en retrancas para los
cambios. Ese armazón jurídico está creado precisamente para garantizar los
intereses de la clase económica que lo sustenta. El ex presidente uruguayo Pepe
Mujica dice que cuando intentó hacer transformaciones profundas siempre lo
impedía la Constitución o una ley, cosas difíciles de modificar, cambiar o
anular. Legisladores, abogados, dirigentes de su partido y grupos empresariales
se oponían. Supongo que al presidente Abinader le ocurrirá algo similar.
Para cambiar una
estructura o un sistema de gobierno, cual quesea, sólo la fuerza del pueblo puede
lograrlo. El Congreso, el sistema judicial, así como el Ejecutivo, no son más
que estructuras de poder que permanecen durante muchos años, incluso siglos.
Eliminarlas nunca ha sido fácil.
En cuatro años
no se transforma un país, ni en ocho. En Estados Unidos dos partidos se
disputan el mismo sistema durante más de cien años. lo mismo sucede en países
de Europa. El PRM es un partido del sistema, el presidente Abinader, también,
por lo que tiene muchas limitaciones. Nadie puede dar lo que no tiene. Sin embargo,
Luís sabe que el país no llegará lejos con un Estado carcomido hasta la
putrefacción, que es necesario modernizarlo, cambiarlo, pues de lo contrario no
le queda otro camino que el subdesarrollo. Para lo que pretende hacer Luís
necesita el concurso de su partido y de los sectores más avanzados y
progresistas, los cuales, por desgracia, están atomizados, sumergidos en crisis
internas que no le permiten ver los árboles detrás del bosque.
Aceleremos el
proceso para que la democracia sea garantía de los derechos de todos los
ciudadanos, para que no haya injusticias ni privilegios, para crear un país
para todos, no para algunos. Después, como dijera el poeta Pedro Mir, “no
quiero más que paz”.
Comentarios
Publicar un comentario