POR JUAN T H
Nunca entendí
como una mayoría relativa (Hilary
Clinton obtuvo más de tres millones de votos
que su oponente) del pueblo estadounidense pudo convertir en presidente
a un hombre como Donald Trump, misógino, reaccionario en modo extremo,
sociópata, sin formación política. (Trastorno de la personalidad antisocial,
inadaptado, impetuoso, con tendencia a mentir, a quebrantar las leyes, impulsivo,
ansioso y violento, según describen los expertos en la conducta humana a los
sociópatas)
Me resultó
insólito que la primera potencia del mundo estuviera en manos de un hombre con
esas características, que el “establishment” (centro del poder verdadero) lo
soportara durante cuatro larguísimos años, pues alejó la nación más poderosa
del planeta del concierto de países aliados y de los órganos más poderosos de
Europa, Asia, África y de América Latina
donde perdió un terreno inalcanzable. (Estados Unidos no seguirá siendo por
mucho tiempo el gendarme del mundo, el que decide quién o quienes gobiernan un
país y como deben hacerlo, pues de lo contrario pagará las consecuencias con
guerras, genocidios, golpes de Estado, etc.)
Un famoso
comediante chileno ya fallecido solía decir que el único país del hemisferio
donde no se había producido un golpe de Estado era Estados Unidos porque era el
único donde no había una embajada estadounidense.
Lo que vimos
este miércoles en el Capitolio, no con puertorriqueños reclamando la
independencia de su pueblo como ocurriera en 1950 y en 1954, sino por
estadounidenses instigados, nada más y nada menos que por el propio presidente
de ese país Donald Trump, no tenía precedentes. Un hecho inédito que el mundo vio sorprendido.
Recordé el
asalto del Palacio de La Moneda, en Chile, 1973, derrocando al presidente
constitucional Salvador Allende, que costó miles de apresados, torturados,
desaparecidos, asesinados brutalmente, enjaulados en campos de concentración
hitlerianos; recordé, por igual el golpe de Estado contra el profesor Juan Bosch
en 1963, la revolución de abril, la intervención militar, los golpes de Estado
en Brasil, Argentina, Ecuador, Perú, Bolivia, Granada, Haití, el bloqueo criminal contra Cuba que
lleva más de 60 años a pesar del rechazo universal. Todas esas acciones patrocinadas por los distintos gobiernos de Estados Unidos.
Inverosímil, lo que vimos en vivo y en directo en la capital del imperio, como
en cualquier otro país tercermundista.
Lo sucedido el
miércoles pasado debe invitarnos a reflexión. Estados Unidos –desde mi punto de
vista- se encuentra en un periodo de decadencia como primera potencia
económica, política y militar del mundo, como ha ocurrido con otros imperios a
lo largo de la historia. El declive es evidente. La supremacía estadounidense se
desploma, obligándolo a producir cambios sustanciales en su sistema, sobre todo
de elección de las autoridades. Recuperar el terreno perdido no le será tan
fácil como en otras ocasiones porque sus competidores, China y Rusia, sobretodo el gigante asiático, avanza
vertiginosamente en todas las áreas, en algunas ya lo ha desplazado, incluso.
La historia no
termina por escribirse. Donald Trump terminará peor de lo previsto por los
analistas políticos. Pagará las consecuencias de sus locuras. El Partido
Republicano no permitirá que al final del mandato Trump lo sepulte. Sus
principales líderes se alejaran como ya lo están haciendo. La tumba de Trump
está cavada en el cementerio de la historia.
El mundo ha
cambiado y seguirá cambiando en el transcurso de los próximos días, semanas,
meses y años, a un ritmo vertiginoso, espero que para bien de la humanidad. La
época del garrote terminará. Los conflictos nacionales e internacionales
deberán ser resueltos a través de la concertación, no de la guerra. Mientras
sigamos bien de cerca los acontecimientos que se producen y se producirán en
Estados Unidos.
Mientras, no
olviden que durante los próximos días un loco, –con el
maletín nuclear en sus manos- andará suelto en Washington.
Comentarios
Publicar un comentario