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Por Miguel Ángel
Cid Cid
El Dr. Rubén
Lulo Gitte, (1934 – 2017), fue el célebre alcalde del municipio de Moca que
repitió en el puesto por cuatro periodos, tres de ellos consecutivos. En la
campaña para su quinta reelección solía decir “veinte años no son suficientes
para hacer la obra de gobierno que el pueblo necesita”.
Lulo Gitte fue
una persona excepcional. Descendiente de una familia de origen libanés, en su
juventud se convirtió en un deportista de primer nivel. Representó al país con
la Selección Nacional de Voleibol en México, en los Juegos Centroamericanos de
1953; y en Chicago, EEUU, en los Juegos
Panamericanos del 1959. Pero su vocación deportiva abarcó el tenis, softbol,
ping pong, béisbol, baloncesto y ajedrez. El torbellino que produjo la muerte
del dictador Trujillo, lo lanzó a la arena política como a tantos otros jóvenes
de su generación.
Arriesgó el
pellejo en 1963, cuando Manuel Aurelio Tavárez Justo subió “a las escarpadas
montañas de Quisqueya” en plan guerrillero. Dos años después, el breve gobierno
Constitucionalista de Francisco Alberto Caamaño Deñó lo designó síndico de
Moca. Pasó el tiempo para llegar nueva vez a la sindicatura en 1978, ésta vez
elegido por el pueblo. En 1994 repitió la hazaña. Pero de ahí siguió corrido
hasta el año 2006. No se sintió, sin embargo, satisfecho con semejante proeza.
Quería seguir.
La política, sin
embargo, no es algo que sucede, sino algo que se hace. Cuando perdió la
reelección, el Dr. Gitte dejó un legado muy difícil de igualar por cualquier
funcionario municipal de cualquier municipio del país. Aparte de las obras de
infraestructura de la ciudad, su mayor aporte fue su honestidad personal, su
vocación de trabajo, su liderazgo cercano a su pueblo y el raro don en la
manera de perdonar a sus enemigos políticos. Era un perfecto Tauro.
Memorables son
aquellos días de campaña política cuando sus contrincantes trataban de
difamarlo, derrotarlo, hacerlo añicos. Él esperaba la noche, tomaba su guitarra
y, mientras sus enemigos dormían, los despertaba con una entrañable serenata.
El vicio de la
política nuestra, desde la fundación de la república, es el afán continuista.
En ese hoyo negro cayó el Dr. Gitte. Una verdadera pérdida para la política
nacional, pues la calidad de ese egregio mocano merecía responsabilidades
mayores en la administración de la cosa pública.
El padre de la
reelección en nuestro país fue sin duda Pedro Santana, quien la impuso a sangre
y fuego. Pero el gran teórico de la reelección en la vida democrática
dominicana fue el Dr. Joaquín Balaguer. No sólo logró la presidencia en siete
ocasiones, sino que escribió un ensayo político donde hacía una distinción
puntual entre continuismo y continuidad. Algo así como darle apariencia de
solidez al puro viento, como hacen los habituales políticos, según escribió
George Orwell.
La política es
un abanico cuyas aspas repiten la misma vuelta. El Dr. Leonel Fernández Reyna,
luego de saborear las mieles del poder en su primer mandato, se proclamó alumno
aventajado de Balaguer. El anti-reeleccionista Juan Bosch, como maestro y guía,
quedó en el pasado.
Resulta que en
occidente las restricciones a la continuidad están reservadas, salvo
excepciones, a la cúspide de la pirámide del poder. Nuestro país aparenta
caminar ese sendero. Pero cuando aparecen piedras en el camino, entonces se
modifica la Constitución. ¿Sabes como é’?
El municipio,
por ejemplo, siendo el lugar donde se concretiza la instancia de gobierno
considerado más cercano al pueblo, la regla no aplica. Un político puede
repetir como alcalde, cuantas veces quiera o pueda.
Por ello quise
recordar al Dr. Gitte en esta entrega. Un
hombre bueno, un político brillante, un servidor público honrado. Pero, ¿qué
pasa con aquellos otros que no exhiben ese mismo estándar?
En la segunda
entrega abordaremos, de manera más amplia, la seguidilla reeleccionista en el
ámbito del gobierno municipal, ámbito donde abundan los buenos, los malos y los
feos.
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