Por Miguel Ángel Cid Cid
Quedarse en casa
resulta difícil para mucha gente. Excepto las personasdedicadas a la economía
informal, aquellos espíritus de Dios que buscan el moro del día en las calles.
Porque el adjetivo, entonces, no sería difícil, si no trágico. Y de tragedias
que rompen el alma están llenas la prensa y las redes sociales.
Por ello me
propuse indagar qué pasaba con aquellas personas de trabajo estable, de
economía segura y costumbre invariable. Esas personas que podríamos colocarlas
--sin demasiado rigor teórico-- en el
club de la clase media, y no ofenderlas en el intento.
Tal es el caso
de Pablo Gómez, 50 años, ingeniero de sistema santiaguero que se dedica al
comercio de medicamentos. Vive próximo a la calle Padre Las Casas, cerca del flamante
Parque Central, pero en sus alrededores sólo hay varilla y cemento. Con su
negocio paralizado confiesa que nunca había hecho tantas cosas a la vez entan
poco tiempo.
Sigue las series
de televisión con un entusiasmo que creía superado. Le da duro a la trompeta,
no sólo para sacarle brillo a las delicias del sonido de metal, sino también
para ejercitar los pulmones, por si acaso. Pero donde realmente se ha metido
sin escapatoria es leyendo un libro escrito a dos manos: Secretos Imperfectos
de Michael Hjorth y Hans Rosenfeltdt, una novela negra que lo mantiene aferrado
a una trama de más de 500 páginas. Algo raro, pues como cristiano arrepentido,
debería estar leyendo la Biblia.
Y qué decir de
Lidia Ramírez, 38 años, una gestora cultural del Distrito Nacional, que su vida
transcurría entre el este y la capital. Acostumbrada a estar rodeada de gente,
ahora ve pasar los vehículos como si fueran de juguetes desde el sexto piso del
apartamento donde vive.
“Por lo general,
nunca lloro. Aunque un día me paré llorando con quejidos, mocos y todo. Ese día
estaba almorzando, me sentí conmocionada, llevaba 15 días con gripe y comencé a
sentir problemas para respirar. Eso me aterrorizó, no aguanté más y estallé en
llantos”.
Y es que
cualquiera se asusta sólo de pensar en salir de tu casa al hospital, sobretodo
si te llevan apresurado en una camilla.
En el Cibao hay
un perfil de personas que le llaman “pata’e
perro”. Son esas personas eléctricas, hiperactivas, que viven saltando de
un lugar a otro y nunca están quietas. Esa es la mejor descripción del
peripatético Roque Cid, un puertoplateño de 62 de los buenos.
Pues Roque, un
abogado pertinaz, se define asímismo como un par contradictorio: “Como bien
creo que sabes soy a la vez un callejero y casero, tratando siempre de equilibrar
ese par contradictorio. En cuarentena no me queda opción. He estado en casa”.
Roque cree que
ahora le toca
“Compartir con
mi familia la pasión que nos une: conversar. Somos conversadores natos y
agarramos los temas y le sacamos el jugo, la miel, y la hiel. También hemos
disfrutado del curso de cocina Gourmet que hizo Ely, mi esposa. Imagínate, ¡de
doctora a chef Gourmet!”
Otro grupo de
personas, la minoría, prefieren cogerlo suave, con su avena. Se pasan el
encierro como Luis Vargas, “aferrados a
una botella”.
--Lo mío es
tomarme un pote de romo cada día. Hay que aprovechar ésta pámpara.
Esta gente cree
que está disfrutando con los grupos de chat de WhatsApp, sin pagar consecuencias.
En verdad sólo se infectan con el virus de las redes. Un virus poderoso que no
te ataca el cuerpo, sino la mente. La mente rige la cabeza y quien pierde la
cabeza, lo pierde todo.
Empero, las
empresas, instituciones públicas, organizaciones privadas y la propia gente,
luego de la cuarentena, habrán adquirido la disciplina del trabajo virtual, esa
gran oportunidad de trabajar desde la comodidad del hogar, si se han preparado para
ello.
La crisis podrá
venir, como lo auguran los economistas. Pero Adelfi Molina, una dentista
dominicana que reside en New York, cree que --saldremos mejores seres humanos de todo esto. La gente será más
concienzuda--, dice.
Por tanto,
quédate en casa. Aunque te parezca que los días son iguales, en realidad, no lo
son. Quédate en casa y, de tus adentros, saca lo mejor de ti. Hoy, con Joan
Manuel Serrat, puede ser un gran día.
Como un mantra
repítetelo, una y otra vez.
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