POR DOMINGO BATISTA
Danilo Medina tiene la oportunidad de reivindicar su nombre en la
historia.
En el 2012, frente a la tumba de su líder, el profesor Juan Bosch, dijo que
no iría a la reelección para 2016.
Dos meses después, lo “olvidó”.
Más adelante, usó malas artes contra el doctor Leonel Fernández, el hombre
que le dio poder en el Ministerio de la Presidencia.
Al acercarse las votaciones de ese último año, “mareó” a Leonel,
implorando que -por última vez- lo dejara postularse.
Para enredar al ex primer mandatario, se valió de un supuesto
arrepentimiento e hizo que en la reforma constitucional del 2015 se
consignara su inhabilitamiento para optar –en lo adelante- por esa posición.
Su “muela” fue tal que –en el acto de proclamación de su candidatura-
insistió en decir a los delegados que era su última participación en esos
menesteres.
Hizo énfasis ante Dios y los delegados peledeístas en su proclamación de
que jamás buscaría la nominación al terminar su período de gobierno, siempre y
cuando fuera el ganador en el 2016.
El presidente del PLD le tomó la palabra a su ex ministro de la
Presidencia y éste siguió con la “ñoña” terciada.
Demostrando una insaciabilidad descomunal, los seguidores del
mandatario iniciaron -bien temprano- su montaje en el carro continuista.
Incontables veces, ha jurado por Dios y nunca cumple con esa invocación.
En el pueblo se dice que no se puede creer en quien coma con sal.
Frente al país, Danilo ha quedado –moralmente- descalificado para que se
crea en él.
Agotó su credibilidad ante el pueblo al vérsele como un creyente de manera
circunstancial y acomodaticia en quien no se puede fiar.
Sabedores de sus promesas incumplidas, las corrientes religiosas del país
no dan una “mota” por la palabra de quien dirige la nación.
Son ellos los primeros en combatir su nueva postulación, lo que es un
escollo insalvable para el primer ejecutivo de la nación.
Danilo ha cogido de relajo a Dios y ni siquiera se le aprieta el pecho y
sigue impertérrito como la gallina del famoso refrán.
Se dice que quien jura vano por Dios, comete un pecado capital.
Para ser perdonado, el político morado deberá no reelegirse y hacer que sus
seguidores no sigan con el asunto de modificar la Constitución.
Esa decisión lo reivindicaría ante su Dios y el pueblo.
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