Por Miguel Ángel Cid Cid
Entre los
bebedores, sea de ron u otras bebidas alcohólicas, existe un mal conocido como
la seguidilla. La rara enfermedad, consiste en que si el beodo engulle los
primeros tragos se envicia y le es imposible parar de beber.
En efecto, hay
quienes al cobrar el salario de la quincena salen a tomar un par de cervezas y
terminan gastándose todo el dinero en bebidas. Por esta razón, unos prefieren
llegar a la casa y entregar la cuota correspondiente al mantenimiento de la
familia y se quedan con la parte para beber su roncito. Esta última previsión,
pasó desapercibida en la lógica de Chicho.
Efectivamente, el
padre de José Arismendi (Chicho), lo
envió al Matadero Municipal de Santiago a pagar 6 vacas a razón de 1,500 pesos
por cabeza. Entonces, el Matadero estaba en el barrio La Joya, próximo al Rio
Yaque del Norte y al Mercado Hospedaje Yaque, justo donde se encuentra hoy la
escuela Telesforo Reynoso.
Desde la
periferia de Tamboril, Chicho salió muy de mañana a cumplir con la misión que
le encargó su padre. En el camino, le atacó el hambre a Chicho, “las tripas” se le revolvían y sentía
náuseas a cada momento. Al pasar cerca del Hospedaje Yaque, decidió desayunar
en un negocio cuyos propietarios eran chinos, ahí pidió un mondongo con yuca.
En la época, era
común que los negocios de chinos incluyeran varios servicios comerciales, entre
ellos venta de bebidas, placer sexual y habitaciones de paso. Los chinos no
dejan escapar ni un céntimo, todo lo atrapan. También, eran los tiempos en que
una cerveza costaba poco más de un pesos.
Un cliente pidió
una cerveza, la camarera provocadora y coquetona cruzó frente a Chicho con la
botella vestida de novia. Ahí cayó Chicho en cuenta de que podía tomarse una fría.
Al ver eso, Arismendi se estremeció y pensó “si yo me tomo una fría de los 9 mil pesos de las vacas ni se notará“.
De modo, que
José Arismendi se embicó la cerveza y pidió otra, al tomar la tercera ya tenía
“el pico como un tira piedras”, es
decir, ya estaba caliente. Aun así, Chicho tenía muy pendiente el encargo de su
padre aunque sus cálculos seguían equivocados. “Bueno, yo me tomaré unas cervezas más y le pido a los dueños de las
vacas que me dejen regresar luego a completar lo faltante”.
Fue así, que
Chicho se engulló otra y otra cerveza y así siguió hasta que decidió contratar
una morena de las que trabajaban con los chinos y una habitación. Cuando Chicho
se satisfizo con la mulata, salió del “cuchitril”
y ni por asomo volvió a recordar las vacas que tenía que pagar.
Era evidente,
que Chicho ya estaba atrapado en una seguidilla de alta categoría. Del negocio
de los chinos se fue a otros burdeles, recorrió la mayoría de los prostíbulos
de Santiago. Luego fue a caer en otros pueblos del Cibao
y en Navarrete.
Chicho, se pasó
una semana completa bebiendo, de cabaré en cabaré y de pueblo en pueblo hasta consumir
el dinero de pagar las vacas. Ya arruinado, Chicho regresó a su casa en Don
Pedro, cerca de Tamboril.
Según cuenta El
Topo, de El Topo Sazón, el papá de Chicho “le
cayó atrás con un varejón o un garrote reclamándole el dinero de las vacas”.
Días después, la madre de Chicho logró persuadir a su marido para que perdonara
a su hijo.
Con la mediación
de su madre, Chicho se sentó a hablar con su padre y este le exigió pagar el
dinero con trabajo. José Arismendi, ni tonto ni perezoso le respondió “yo tengo muchísimos años trabajando con
usted y nunca me ha liquidado, hágase de cuenta que esas son mis liquidaciones
atrasadas”.
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