Por JUAN T H
La Constitución
de la República Dominicana tiene que ser el documento que ordena jurídicamente
la sociedad más violada de todos los países del mundo, incluyendo aquellos
donde existen regímenes totalitarios.
El presidente,
que jura ante Dios y el pueblo,
cumplirla y hacerla cumplir, la ignora,
viola o pisotea todos los días, sin pagar ninguna consecuencia.
El gobierno es
“esencialmente civil, republicano, democrático y representativo. Se divide en
Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Estos tres poderes son independientes
en el ejercicio de sus respectivas funciones.
Sus encargados
son responsables y no pueden delegar sus
atribuciones, las cuales son únicamente las determinadas por esta Constitución”.
Todo es mentira.
La Constitución es un simple papel, un enunciado, una plataforma jurídica
inservible que se le aplica exclusivamente a los que están desprovistos de
poder económico y político. En la
práctica tenemos un poder, omnipresente, autocrático, autoritario, abusador y
criminar, para el que no existe Constitución, leyes o reglamentos éticos y
morales que lo obligue a comportarse decentemente, legalmente.
El Poder
Legislativo, que teóricamente es el Primer Poder del Estado, se muestra subordinado
al Ejecutivo en todo momento, sumiso, impotente, incapaz de contradecirlo, de
negarse a sus pretensiones políticas contraproducente, atentatorias incluso
contra la nación misma, como hipotecar al país irresponsablemente, por ejemplo.
Es el Ejecutivo
quién decide el presupuesto que le será asignado a los demás poderes, lo cual
genera una dependencia. La Constitución no existe para el presidente de la
República. ¡Y no pasa nada! Por eso no hay instituciones respetables, por eso
el Estado es débil y vulnerable; fallido y jodido.
Danilo Medina
controla el Congreso y la Justicia. Preside el Consejo Nacional de la
Magistratura, lo cual es una contradicción porque asume la jefatura de ese
poder que la Constitución dice es independiente de los demás poderes. Pero no
conforme con presidir ese Consejo se agencia la mayoría para impedir que se
apruebe algo con lo que no esté de acuerdo o no le convenga. El Procurador
General, que él nombra, es su escudero junto con el Consultor Jurídico.
De ese modo los
jueces tienen que pertenecer a un corte imperial, no pueden ser autónomos,
libres, imparciales, sujetos al mandato de la ley, tienen que estar
amordazados, hablar sólo por sentencia cuando la sentencia favorezca los intereses del presidente y el grupo que lo
acompaña.
Lo que ha pasado
con la magistrada Miriam Germán, galardonada y elogiada por el gobierno el 8 de
marzo del año pasado, “Día Internacional de la Mujer” por sus méritos
jurídicos, éticos y morales, ahora es presentada ante la nación como una
delincuente, prevaricadora, corrupta, “amiga de un ladrón”, (todo imputado es
inocente hasta tanto se demuestre lo contrario) dueña de una fortuna
incalculable, de villas y castillas, que, cuando los medios de comunicación la
investigaron se percataron de que todo ha sido mentira o verdades a medias para
desacreditarla, para decirle al país que todos somos corruptos, que el que no
cojea de un lado lo hace del otro. Como dijera la magistrada: el problema es
que ellos tratan a los demás, no como son, sino como ellos quieren que seamos,
o sea, igual que ellos, simuladores, falsos, corruptos, criminales, macarras de
la moral.
Así como el
presidente Medina se agencio “su” Congreso, del mismo modo precisa tener el
control de “las altas” Cortes. Y ocurre que Miriam Germán, que no es mejor ni
peor que muchos otros jueces de carrera, es demasiado “independiente”,
infranqueable, que no acepta directrices, que no se le puede “bajar línea”.
Jueces con ese perfil no pueden estar dirigiendo. Buscan pusilánimes,
mequetrefes, arlequines, payasos como lo han hechos en muchas otras
instituciones del Estado; todo para que “dejen hacer y dejen pasar”, para que
miren hacia otro lado, para que se hagan de la “vista gorda” cuando se trate de
robo de las elecciones, de corrupción y otros crimines. Quieren asegurar
impunidad total, como hasta ahora.
No es que Miriam
Germán sea buena o sea mala, que sea bonita o fea, grande o chiquita, sería o
corrupta, es que no conviene a los intereses de los políticos depredadores que
pretenden perpetuarse en el gobierno descuartizando el país como vienen
haciéndolo desde hace 20 años, sin que nadie sea sometido a la justicia y
encarcelado.
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