POR ROLANDO ROBLES
La figura de “Presidente” surgió con la
República, bajo los efluvios de la Revolución Francesa, esa epopeya del mundo
que dio al traste con el Feudalismo y el “Poder Divino del Rey”. En América,
sin embargo, y bajo la influencia de la corriente de
pensamiento conocida como “la Ilustración”, se registraron acontecimientos
-décadas antes- que igual que el movimiento europeo, generaron grandes cambios
sociales y políticos.
En 1776, con trece años de antelación a
la Revolución Francesa, se declara la independencia de lo que sería más luego
Estados Unidos de América o USA y se justifica, en la existencia y necesidad de
tres motivos que, son el alma y lema de la república naciente: “Razón, Igualdad
y Libertad”.
Unos setenta años más tarde, en la isla
La Española, se asienta en el libro de la historia, el nacimiento de otra
nación “soberana”. La primera república que se independiza, o más bien, se
separa de otra república. Inspirada al igual que Estados Unidos, en una tríada
de razones a saber, “Dios, Patria y Libertad”, hace su debut República
Dominicana.
Es necesario este argumento previo
porque, para hablar de lo que simboliza “El Presidente”, es obligatorio ir al
origen de una y otra nación, para advertir las similitudes y diferencias que
existen entre los que ostentan el cargo, a la luz de sus respectivas Cartas
Magnas o Constituciones. Pero más que eso, hay que ver, de qué tanta autonomía
disponen unos y otros, al momento de actuar a nombre de sus constituyentes y
cuánto respetan sus promesas de campaña.
En términos prácticos, Donald Trump
representa la nación más poderosa del mundo, con casi 350 millones de
habitantes y más de 10 millones de km cuadrados, mientras que Danilo Medina
preside otra con poco mas de 10 millones de personas, una “media isla” en el
Caribe, tan impotente, que ni siquiera puede controlar con eficiencia mínima su
frontera.
Sin embargo, Trump sólo alcanza a
“nombrar” algunas decenas de miles de funcionarios; mientras que Medina, con un
Gobierno 50 veces más pequeño, puede hacerlo con cientos de miles. Desde luego,
esto sólo refleja el absolutismo del Estado dominicano, un concepto que
creíamos desaparecía con la monarquía y la llegada de la república.
Esta realidad, nos conduce a la
blasfemia de decir que “el presidente dominicano es tan solo, un poquitito
menos que Dios” en importancia y poder. Pero desde luego, también nos explica
cuán disímiles pueden ser los mandatarios dominicano y estadounidense; y cómo
se comportan frente a sus electores y a sus promesas de campaña.
Trump, probablemente el presidente más
conflictivo de la historia de USA, a quién yo personalmente califico de un “mal
necesario”, ganó a “contra corriente”, es decir, enfrentando cuatro poderes
fácticos al mismo tiempo: el partido Demócrata en pleno, un ala de su propio
partido, la prensa tradicional y el establishment norteamericano.
Por su parte, Medina llegó al poder,
apoyado en una maquinaria que solo se parece, en fortaleza, al otrora Partido
Dominicano de Trujillo, respaldado por el Gobierno que sustituyó y enfrentando
la oposición mas atomizada de la historia electoral dominicana.
El presidente nativo de Queens, está
pasando las de Caín sólo por tratar de cumplir su promesa de construir el muro
fronterizo. Pero, el presidente de San Juan, está más asediado que los judíos
en Medio Oriente, y es por exactamente lo contrario; por no cumplir con su
discurso de campaña y pretender modificar la Constitución con la que fue elegido,
como paso previo para un desatino mayor.
En esta nación, a diario, un simple juez
de nivel medio contradice e invalida una decisión del presidente; hecho éste
que equivale a derogar, judicialmente, un decreto del Ejecutivo dominicano.
Hagamos memoria juntos, a ver si podemos recordar alguna vez que un
acontecimiento así haya ocurrido en dominicana.
Esta simpleza, retrata la realidad de lo
que somos institucionalmente. En los casi 250 años de edad que tiene esta
primera república del mundo, su Constitución ha sido enmendada o modificada
veintisiete veces; Quisqueya, en cambio, setenta años más joven, lo ha hecho en
más de treinta oportunidades; solamente, para permitir la reelección de alguien
que cree, que ya no puede vivir fuera del poder. Como si él hubiera nacido en
el Palacio Nacional.
Aquí cabe, se me ocurre, la analogía
entre un renacuajo y un pez. Ambos nacieron en el agua, pero, el primero es
evidentemente, un ser vivo de menor categoría para la humanidad, que el
segundo; habida cuenta de que, por lo general, el sapo, no es un alimento de
consumo, como si lo es el pescado.
Sin embargo, el “importante” pez se
muere al salir de su hábitat original, mientras que el “infame” sapo hace una
vida normal fuera del agua y desarrolla la habilidad de poder vivir en ambos
medios.
Yo no entiendo cómo es que una persona
que “se preparó para ser presidente”, no comprende a su vez, que la grandeza de
este cargo es abandonarlo cuando las normas lo dicten. Devolverlo con el mismo
entusiasmo e integridad con que lo recibiste, para que el votante, que es quien
otorga el poder, se lo pase a otro que entiende es tan honorable como tú para
ejercerlo.
Ronald Reagan, Bill Clinton y hasta
Barack Obama -para solamente mencionar tres- probablemente pudieron ser
elegidos para un tercer mandato, debido a la alta popularidad que disfrutaban
al final de sus respectivas gestiones. Pero la Constitución lo prohíbe.
De verdad, yo no alcanzo a entender la
negativa de Danilo Medina a emular a estos tres presidentes y a otros dominicanos
como él, que se han decidido por el camino de la decencia institucional.
Pero lo que es peor aún:
¿Por qué Danilo Medina prefiere quedarse
por debajo del renacuajo, en la escala de valoración del pueblo dominicano?
¡Vivimos, seguiremos disparando!
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