POR ROLANDO ROBLES
El título, quizás, no sea un reflejo real del pensar de la gente respeto
al presidente, en especial, el de los dominicanos que vivimos por acá. La
mayoría de nosotros cree, mas bien, que el Primer Ejecutivo de Estados Unidos
es un “loco”, aunque no llegan a entender cómo logró un loco, alcanzar la
presidencia de la nación más poderosa del globo.
Según esa lógica de colmadón, el título de este trabajo debiera ser:
Donald Trump entre Nigua y Pedro Brand. Pero la verdad dista mucho del parecer
de nuestra gente. Trump es un “mal necesario”, una especie de arbitrario
policía-reconocido por dar soluciones extremas y abusivas a todos los
conflictos- pero que, en este caso y precisamente con su arbitrariedad, impide
una trifulca de dimensión mayor entre los muchachos del barrio.
En realidad, el explosivo presidente, es el resultado de un accidente
social y ello determina la condición de “circunstancial” que reclamo para su
triunfo. La “razón” le viene, por los innegables yerros de sus adversarios, los
demócratas, sumados a los cometidos por sus compañeros de partido, el dúo de
Bush padre y su hijo George.
En total, entre los Bush, Clinton y Obama, se acomodaron casi treinta
años de decadencia y deterioro del nivel de vida de los americanos. Más de
cincuenta conflictos bélicos alrededor del mundo desangraron las arcas
nacionales, haciendo a los trabajadores comunes, cada vez más pobres y
desvalidos. La clase media, otrora buque insignia del bienestar local y
exponente del tan añorado “sueño americano”, se fue degradando lenta, pero
sostenidamente.
Y es en ese período calamitoso, cuando llegamos la mayoría de
nosotros, convirtiéndonos, de paso, en los “culpables” de la desgracia, según
el pensar de los ciudadanos conservadores; esa masa silente de votantes blancos
que quita y pone presidentes. Entender esta realidad, es lo que no ha logrado
nuestro liderazgo; y como no lo entienden ellos, tampoco han podido hacérnoslo
entender a nosotros, la gente común.
Fruto de esa debilidad de nuestros dirigentes, a menudo nos
entrampamos en la interpretación de los fenómenos sociales. Imbuidos de la
propaganda neoliberal de los demócratas y pseudo-socialistas, hemos llegado
hasta a creernos que podemos decidir las elecciones. Y cuando los resultados nos
son adversos -como forzosamente tenían que ser- entonces nos asalta la
frustración y proponemos hasta cambiar el sistema de elección, algo más absurdo
todavía.
Como no hemos entendido aún las razones del triunfo de Trump, tampoco logramos
entender sus opiniones, desordenadas, pero sin ambigüedad alguna. Cargadas de
verdades absolutas y precisiones, pero de un nivel expresivo tan ácido y punzante,
que a veces nos resultan insolentes.
Con este escenario -un tanto incierto para nosotros- recibimos su
último discurso, “El estado de la Unión”, que es a lo que nosotros llamamos en
Santo Domingo, “rendición de cuentas”. Trump pasó revista a su segundo año de
ejercicio y aunque es evidente el tinte reeleccionista de su perorata, dijo ciertas
cosas de interés para nosotros.
Analistas políticos internacionales han tipificado su pieza oratoria
como “el discurso político más importante del año” y aun y cuando creo que es
una aseveración muy apresurada, pues el año 2019 apena lleva mes y medio, me
quedaré con el planteamiento de BBC Mundo sobre sus aristas más pronunciadas.
La economía se está recuperando y su futuro es casi “milagroso”. Esto
es lo que debe interesar a los dominicanos, no los cantos de sirena de los
demócratas, acorralados por la falta de un candidato creíble. El desempleo de
los norteamericanos es la más grande amenaza contra nosotros.
La promesa del presidente de renunciar a que USA siga siendo el
“policía del mundo”, sostenida a lo largo de su campaña y ratificada en su
brillante intervención ante las Naciones Unidas en 2017, ha sido durante mucho
tiempo la aspiración de toda América Latina. Y es evidente que define el papel
a jugarse en Venezuela, a pesar de las alharacas guerrerista de él mismo, de
Putin y de los taimados chinos.
Los sueños “socialistas” de buena parte de nuestros muchachones, ya
abuelos todos y hasta bisabuelos algunos, se irán a la tumba con ellos. Claro,
siempre les acompañará la amargura de no haber podido hacer la tan deseada
“revolución”, ni aquí, ni allá. Pero quizás, es lo mejor que pudo pasarles a
nuestros nietos.
De cualquier manera, a mí me gusta buscar puntos de coincidencia con
mis paisanos. Es una necesidad que tenemos los emigrantes. Asociarnos, evidenciar
similitudes, evitar discordancias; en fin, los que vivimos fuera del país -por razones muy lógicas- tratamos siempre de privilegiar
las alianzas con nuestros connacionales. Y en el caso de Donald Trump, les voy
a aceptar el calificativo inmerecido de “loco”. Pero la verdad, creo que es un
“loco casi divino”.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
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