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POR ROLANDO ROBLES
De
entrada, debo que admitir que las cosas no me han resultado tan claras como las
percibía hace unas semanas. Con la confirmación del juez Brett Kavanaugh como
miembro del más alto tribunal estadounidense, me queda una sensación agridulce,
que aún no alcanzo a entender a plenitud su razón de ser.
Porque
la verdad es que yo no conocía al honorable juez del circuito para Washington
DC del Tribunal de Apelaciones de USA y, por tanto, no podía tener una opinión
racional sobre su persona. Su comparecencia ante el Comité de Justicia del
Senado, solo me sirvió para predisponerme contra él y llegar a una conclusión
un tanto temeraria sobre el carácter que debe tener un juez, según mis códigos.
Cuando
lo vi lloriquear ante las cámaras de TV, pensé dos cosas: o es un gran actor y
trata de impresionar con su pose de estar altamente ofendido y lo apoya con sus
lágrimas, o es un tremendo sinvergüenza; o talvez las dos cosas a la vez. Un
hombre que va a impartir justicia a tan alto nivel, no puede ser tan flojo de
carácter, ni tan “teatrero”.
Así
que me dispuse a indagar sobre el pasado de Kavanaugh, porque me sentí que
estaba siendo injusto con la conclusión a que arribé, que se basa únicamente en
su comportamiento público ante el comité; comportamiento bastante díscolo, para
mi gusto de ciudadano conservador, y en la tercera edad.
Lo
primero que hice fue “reformatear” mi mente al modo indispensable que procura
conocer y analizar hechos pasados; me sumergí en el escenario de la duda, que
es la huerta donde se cultiva el conocimiento; dudé hasta de mis propias
conclusiones. Y el resultado fue maravilloso, aunque sigo pensando casi igual
sobre él.
Averigüé
que Brett se graduó con honores en Yale University, donde logró una
licenciatura en historia nacional y luego un Juris Doctor en su Escuela de
Derecho. De estudiante se enroló en la fraternidad universitaria Delta Kappa
Epsilon, que lo define como conservador y amigo de los amigos. El lema de dicha
hermandad dice: "Friends from the Heart, Forever", algo así como “amigos
de corazón y para siempre”; eso piensa Brett de él mismo.
Ya
siendo abogado y republicano militante, protagonizó dos hechos que de por sí,
explican el encono de los demócratas contra su persona. Primero asistió al juez
Ken Starr en el caso Mónica Lewinsky vs. Bill Clinton, que en esencia buscaba
su destitución, lo que no se logró. Y más luego, en el año 2000, trabajó en el
proceso de “reconteo de los votos” en Florida, contra Al Gore. En ese caso sí
consiguió ganar, pues George Bush, su compañero de logia estudiantil, se
mantuvo en la Casa Blanca.
Como
se nota, los demócratas trataron de cobrarle esas viejas cuentas a Brett
Kavanaugh y casi lo logran; pero de nuevo se impuso, si no la razón, cuando
menos, el sentido común. Por segunda vez, los “liberales” intentan obstaculizar
su nominación y fracasan. Y todo parece indicar que, Brett ya resulta
“intocable” para ellos, pues su nuevo status de juez vitalicio de la Corte
Suprema, lo pone literalmente, “por encima del bien y del mal”.
Su
primer enfrentamiento en el Comité Judicial del Senado, fue en el año 2003,
cuando el presidente Bush lo propuso para Juez de Circuito, su cargo actual.
Los demócratas le retardaron el nombramiento por tres años y hubo de llegarse a
una negociación bipartidista, para dejarlo pasar. Lo extraño fue que, en esa
ocasión, la profesora Christine Blasey Ford, que hoy acusa al juez Kavanaugh,
ni siquiera se enteró del percance que éste enfrentaba, pues no presentó
oposición a su confirmación, como lo hizo ahora.
Me
resultó sorprendente que la profesora, que debía tener mas “crudas las heridas”
que el comportamiento impropio de Kavanaugh le dejó, según ella, porque era mas
reciente su trauma, pasó por alto esa oportunidad de denunciar al juez. Y muy a
pesar de que el impasse en el Comité duró tres largos años, ella no logró
recordar entonces, lo que sí puede recordar hoy, casi cuarenta años después de
la supuesta agresión que sufrió en 1982.
Algo
muy raro para las mujeres, que nunca olvidan. A no ser que, todavía quedara
alguna esperanza de revivir esos probables ratitos de furor juvenil, que se
quedaron en su mente, aquella noche de destape. De verdad, creo que Brett pudo
haber sido cruel con ella, al dejar solo iniciada la llamarada del éxtasis. De
cualquier manera, hay que reconocer que él también era un mozalbete y no
entendió que, “nunca se tocan las puertas del infierno, si no se va a entrar”.
El despecho casi le impidió su nominación, porque, a fin de cuentas, las
mujeres solo olvidan cuando les interesa olvidar.
Juzgar
los acontecimientos de ayer con las leyes de hoy, está demostrado, es solo una
aventura desquiciada e infeliz. Esta verdad, al menos, nos queda de este vano
intento de los demócratas por detener a Trump y su reelección.
¡Vivimos, seguiremos
disparando!
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