Leyendas urbanas de la Avenida Valerio


Por Reynaldo Peguero

Hijo del dueño de la Sastrería Rey, Isaías Peguero, cuyo lema “Corte Impecable y Ajuste Perfecto”, irradiaba en emisoras y se proyectaba en los cines Colón y Apolo previo a las películas. Primer nieto incorregible de Telésforo Gómez (Foro), timón del Partido Dominicano (PD) en Santiago desde la avenida Valerio hasta el río Yaque; patrón de la Farmacia Foro y parte activa de esa pujante vía; botica donde se curaba desde una grave sífilis hasta los mágicos despechos románticos de los amantes más furtivos. Fue suficiente bagaje para forjar una ración del temple, índole y estilo de quien suscribe, Reynaldo Peguero Gómez.

Mi padre resguarda hasta hoy, la inocencia y el candor de mis formas de pensar y actuar, patentizada en la frase “Que Reynaldo no vaya a la Sastrería, así no aprende maniobras y manipulaciones que hay que realizar” cuando se dirigía el negocio de donde podría depender el destino de la boda más empinada; la sotana obispal de una ordenación eclesial vaticana, la magia de los esmoquin de los Chamberlain de unos “Quince” del Centro de Recreo y el talante del padrino del bautizo, graduación o cumpleaños de un amigo que se estima.  

Cuando residí en la calle Eladio Victoria casi esquina avenida Valerio, obtuve mi primera conciencia. Etapa donde consigo una mayor idea de cómo eran las cosas en Santiago. La avenida Fernando Valerio es una vía que se extiende de norte a sur por casi un kilómetro; inicia en el Parque Ramfis (hoy Plaza Valerio) hasta el Puente Viejo para cruzar sobre las turbulentas aguas del río Yaque hacia Bella Vista.       

Primogénito de Margot y Rey, nací en Clínica Corominas atendido por el fundador de ese gran centro, el ilustre médico, doctor José Antonio Corominas Pepín. Residí primero en la calle Restauración al lado de la residencia de Doña Quilina y Gerardo Núñez, padres de las lindísimas muchachas Núñez, Cuncuna, Polola, Cuca, Telo, Nikán, Cuchi y Milagros. Mi padre enfermó y pasamos a vivir en la estancia de la Otra Banda, propiedad de mi bisabuelo, el exitoso tabaquero, Aurelio Valdez Paulino.

La avenida Valerio repleta de almacenes y colmados aportó una porción clave de mi saber de vida. Los comerciantes conocían a Foro y Rey, y nos cuidaban. Los hermanos Toribio, Ignacio, Manuel Arsenio y Fabio Ureña, también los primos Sergio y Alberto Genao y los Tejada, nos surtían de confianza. Jugábamos con sacos de repletos de frijoles, habichuelas negras y arroz. Admirábamos los grandes tramos de productos. Nos asombraba la fuerza de los humildes obreros cargadores de sacos. Circulaba una gran cantidad de dinero, que se cobraba, pagaba y prestaba en masa. Hoy corren casi 20 mil millones de pesos anuales en la avenida Valerio y El Hospedaje.

Aprendimos mucho, y el respeto a Foro y Rey fue decisivo para mantenernos inocentes. Antes de yo nacer, Foro había sido trujillista de paz, de los que podían decir que tenían la confianza del “Jefe” y de su “godfather”, José Estrella; quizás porque mi abuelo era el distribuidor en Santiago de los fármacos Chevalier, abuelo materno de Trujillo. Luego de muerto el tirano, el mismo profesor Juan Bosch se apareció en la Farmacia Foro y con su “Borrón y Cuenta Nueva” reclutó a mi abuelo. Telésforo Gómez y su hermano, el astillero naval Facundo Gómez, fueron clave en el triunfo de Bosch sobre Viriato Fiallo y su democrática Unión Cívica Nacional (UCN).   

La avenida Valerio se llenaba de billeteros profetas de suerte y destino, con un cuadro de madera forrado y tiras de cáñamo donde colgaban las quinielas. Igualmente, decenas de ventas de comida, fondas y friquitines con sus buques insignia Friquitín Elegante, Pan de Gente y Fonda Especial. Asimismo, habían bares, cabarets, maipiolerías y casas de citas, donde connotados proxenetas ofertaban a discreción el trabajo sexual irredento. No faltaba la policía, con Olea y Moquea que intimidaban a sangre y fuego.  

A diferencia de muchos padres de entonces, el mío nunca permitió, ni manipuló y tampoco estimuló a visitar ningún prostíbulo. Rey no fuma, ni bebe ron, ni cerveza, y nunca “cuerió” en burdeles. Como desde ese entonces cursábamos el Colegio de la Salle, y mi familia recibía más recursos por la Sastrería Rey, mi madre decidió levantar vuelo y alquilar una residencia que lo cambiaría todo: la gran casa blanca de la calle 27 de Febrero esquina avenida 30 de Marzo. Dejamos la avenida florecida y pasamos a residir al lado del Arzobispado de Santiago. Subimos del averno al olimpo sin pasar por el purgatorio. Sin embargo, todavía conservo cientos de leyendas urbanas de la avenida Valerio que habré de narrar en su momento.  


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