Por Miguel Ángel Cid Cid
El descenso al sepulcro de Don Piro, desencadenó una avalancha de
anécdotas, narradas entre gritos y sollozos, hablaban de las cualidades del
difunto como hombre bueno. Sin embargo, las dotes de hombre servicial, bonachón,
fueron insuficientes para que los familiares se quedaran a dormir en la
habitación del fenecido luego del velatorio. --Yo sé que Don Piro, estando vivo, era incapaz de hacer daño a nadie, y
ahora muerto menos--, decían. --¿Qué
usted cree, qué ese olor a Don Piro me
va a dejar dormir tranquilo?--, recalcaban.
En efecto, todo lo que nos rodea desprende su olor particular.
Incluso, uno de los elementos a resaltar para la exclusión y segregación de los
inmigrantes, es su olor distintivo. La afirmación la hace Diana Mata en el
estudio“El olor del cuerpo migrante en la
ciudad desodorizada. Simbolismo olfativo en los procesos de clasificación
social”.
--…la utilización del mal olor
como marca de diferencia no aceptable ha sido una constante en la historia
donde los cuerpos de ciertos grupos han sido sistemáticamente etiquetados como
malolientes --, dice Diana.
Si quieres confirmar esta aseveración, salga a la calle y ponga
atención a lo que muchos dicen de los nacionales haitianos aquí.
Igual acontece, cuando una persona lo sorprende la muerte en su casa, que
así sea es de agradecer a Dios por el privilegio. Ahora, si el deceso está
precedido de varios días, a veces meses, de padecimiento postrado en cama, se
cree que los olores del fenecido quedan impregnados en la casa. Cuanto más dura
su padecimiento, mayor tiempo durará la familia olfateando los olores que
exhala el difunto.
Así, cuando los hijos de Don Piro se alejaban, los convidados decían
en voz baja, “esa habitación nada más
huele a muerto”.
En la vela de los nueve días, la gente murmuraba, “los tufos del difunto siguen presentes en
esta casa, eso es su espíritu que se niega a marcharse”. Inclusive, los más
atrevidos hicieron sus recomendaciones. “Hay
que hacerle una “horasanta” para que pueda irse en paz, antes de que pase al
purgatorio, entonces, durara ¡quién sabe cuántos años penando!”.
Miralva, sobrina del difunto, vino a la vela desde muy lejos, aun así,
se negó a amanecer donde sus familiares. Al proponerle quedarse a dormir en la habitación
que era de Don Piro gritó, “¡Yooo! Yo no
duermo ahí ni matá, todavía el espíritu de Don Piro está ahí”.
Quienes han tenido experiencia cercana con la muerte, saben de sobra
que los difuntos siguen presentes en el pensar de los que le sobreviven. Igual,
continúa en la memoria olfativa de sus más allegados. De ahí, que sea frecuente
escuchar la exclamación ¡esto huele al difunto!
Incluso, las flores que venden en los cementerios, su aroma se percibe
diferente, --hasta en el olor se sabe que
esas son flores de muertos--, dicen.
Así como el barrio tiene sus olores que lo distinguen, el cementerio
igual tiene sustufillos particulares. --Este
hedor ha muerto del campo santo no me gusta para nada--, dicen algunos.
Igual, si te buscan con saña te dicen “tu
huele a muerto”.
El inmigrante según Diana Mata, es “otro entre nosotros”, por eso sentimos sus olores con tanta fuerza.
Muy por el contrario, el difunto ya no está entre nosotros, cuando menos,
físicamente. ¿Por qué seguimos percibiendo elolor del ser querido que murió? Lo
que lo hace perdurar, es el deseo de sentir su presencia, este deseo hace que
el instinto olfativo se concentre en sentir lo que no se ve. El olfato se afina
y codifica los olores de su entorno.
-- …el olor codificado como «mal
olor» actúa como una marca clara de subalteridad que se aplica a quienes se
construyen como culturalmente diferentes, lo que explica que los cuerpos
migrantes/racializados y sus supuestas costumbres sean frecuentemente codificados
como malolientes --, afirma Diana Mata.
Si el --inmigrante en la ciudad,
un otro inferior que «huele mal»--, cabe preguntar:
¿Los olores de la muerte huelen bien?
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1
24mayo 2018
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